Tengo sueño, les dije. Y miraron con desconfianza.
De verdad, me estoy muriendo de sueño, repetí. Me ignoraron.
No me creyeron ni siquiera cuando volvieron la vista y yacía mi cuerpo tendido en el piso abrazada a una hormiga que, pasando a mi lado, se compadeció de mi y me regaló un cuento para que duerma, al fin, profundamente.
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